Fue el primer año que viví completamente al descubierto, sin el cobijo de una nómina, renta, paraguas corporativo, social o familiar.
Fue el año en el que, de principio a fin, tuve que valerme de mis propios recursos, habilidades, seguridad y confianza para imaginar un futuro mejor mientras aseguraba el presente.
Fue el año en el que, mientras muchos se batían en retirada, yo no tuve más remedio que avanzar porque me iba la vida en ello.
Fue el año en el que contraté a 11 personas y despedí a 4 y el año en el que afronté mi primer acto de conciliación (amistoso, afortunadamente)
Fue un año que comencé con pérdidas y con el trauma de mi propia separación y en el que también aprendí a recibir las ganancias y acostumbrarme a una nueva vida con la serenidad propia del corredor de fondo.
Fue el año en que aprendí a confiar en clientes y en proveedores y, aún con la confianza defraudada en ocasiones, seguir confiando en nuevos clientes y nuevos proveedores.
Fue el primer año en el que tuve que decir a un proveedor ‘lo siento, no te puedo pagar hasta el mes que viene‘.
Fue el año en el que tomé conciencia de lo importante que resulta tener bien presente la fecha de la próxima liquidación de IVA, la próxima liquidación de IRPF y la próxima liquidación del Impuesto de Sociedades.
Fue el año en el que aprendí a pensar en clave pretérita, presente y futura. Quedarse en uno sólo de los tres estadios hubiera resultado fatal.
Fue el año que me demostró que las previsiones más pesimistas de costes se van a multiplicar por 1,5 y que las previsiones más conservadoras de flujo de caja se van a alargar una media de 60 días.
Fue el año en el que aprendí a mantener el barco a flote cuando hay tormenta y en el que supe pisar el gas a fondo cuando el avión comienza a despegar.
Fue el año en el que supe que, a veces, tus mejores aliados no están tras la ventanilla ni al otro lado del teléfono sino simplemente a un click.
Fue el año que me confirmó que merece la pena innovar en productos y en procesos y que el plazo para ello terminó ayer.
Fue el año que me demostró que la calidad no es una mejora, sino la condición a priori para que tus clientes repitan y te recomienden.
Fue el año que me confirmó que el entusiasmo, el talento y el esfuerzo son las recetas para el éxito mientras que el desánimo, la rutina y el desinterés deben ser atributos de la competencia.
Fue el año en el que comprobé que es mejor dedicarse a tareas ilusionantes para tu equipo y para tus clientes, aunque sean menos rentables sobre el papel, que dedicarse a actividades aparentemente más lucrativas en las que ninguno desea involucrarse y que nadie echará de menos mañana.
Fue el año en el que multipliqué por tres el volumen de facturación de mi empresa y supe mantener unos modestos beneficios con un adecuado plan de inversiones.
Fue el año en que aprendí que lo que hace grande tu empresa no está dentro de ti, está a tu alrededor
Fuente > Jaime Estevez, 100 días en la vida de un emprendedor